martes, 24 de marzo de 2020

Si tu hermano te ofende, repréndelo

Hoy 24 de marzo, la Madre Iglesia celebra el martirio de San Oscar Arnulfo Romero y Galdamez, obispo de San Salvador, asesinado cobardemente mientras celebraba la Eucaristía. 
Romero fue un férreo defensor de los más postergados, denunciando enérgicamente las constantes violaciones a los Derechos Humanos que sufría su pueblo a manos de agentes del Gobierno de su país. "Mataron al santo", lloraba una campesina el día de su asesinato.

Haciendo un símil con nuestro pueblo, quien consideró a San Alberto Hurtado como "el paso de Dios por Chile", de Romero se dice que "Dios ha pasado por El Salvador".  Y es que el Verbo se hizo carne, y en el transcurso de los tiempos, sigue aprovechando las manos, los pasos, las voces y el entendimiento de muchos hermanos, que están dispuestos a derramar su sangre por la justicia y la paz.

El día de nuestro juicio particular, seremos consultados por todo aquello que hicimos en favor de nuestro prójimo. ¿Hemos callado ante los dolores del otro? ¿Hemos empatizado con la indignación de mi hermano? ¿Le he tendido una mano en su lucha?

Me atrevo a decir que la Latinoamérica actual no difiere mucho de la que vivió y defendió Romero. Hay una clase ultrapoderosa, que posee riquezas en todos los frentes, que continúa pisoteando vilmente la dignidad de todas las personas. El hambriento no ha saciado su hambre, el desnudo no ha sido vestido, el enfermo no ha sido curado, el aplastado no ha sido defendido, y lo que es peor, el victimario no ha sido ajusticiado.

Muchos de esos hermanos que se dedican a aplastar a los más desposeídos son católicos fervorosos. Quizás nunca les hemos tendido una mano en el saludo de paz, porque sus comunidades no se encuentran en nuestros barrios, pero han celebrado junto a nosotros el mismo misterio de la Eucaristía y han recibido el mismo bautismo.

Dice el Señor: "Si tu hermano te ofende, repréndelo". Pues la misma caridad cristiana y nuestra vocación profética y sacerdotal nos obliga moralmente a estar atentos a las demandas de los postergados y a reprochar enérgicamente las conductas de aquellos que aplastan a nuestros hermanos. Es cierto que muchos, defendiendo sus intereses mezquinos nos tratarán de incitación al odio. Es cierto que muchos de ellos nos acusarán de alentar la violencia. Y aquí está nuestra diferencia con las conductas terroristas. Nosotros somos de Cristo y combatimos con las armas del Evangelio. Es por eso que, si bien nuestra reacción debe ser enérgica y constante, debemos actuar como Romero, sin levantar si quiera un dedo para ponerlo encima de los abusadores. Así se ganó la confianza de los oprimidos. Sin odio, sin violencia. De ese modo alcanzó la corona del martirio y hoy goza de Dios con los bienaventurados.

Reflexionemos en torno a nuestro deber de combatir las injusticias en nuestra Latinoamérica amada. Combatir con la Palabra de Dios, la cual derribó imperios e hizo retroceder poderosos regímenes opresores a lo largo de la historia.

San Oscar Arnulfo Romero, obispo, el más amado por las mayorías oprimidas y el más odiado por las minorías opresoras, ruega por nosotros, Amén.

¿En qué nos parecemos a Judas?

https://youtu.be/awS7__CNNZY